El
cerebro es un órgano biológico y todo animal cerebrado lo posee. Como tal, ha
adquirido su estructura funcional a través de la evolución biológica que va
seleccionando las características que permiten la supervivencia y la
reproducción. En consecuencia, dicho órgano ha evolucionado precisamente para
permitir a los individuos de la especie relacionarse mejor con su ambiente y
adquirir, por lo tanto, mejores posibilidades para sobrevivir y reproducirse.
Además, este órgano se va desarrollando en cada individuo según pautas
genéticas, en especial en su periodo de gestación y crecimiento. En los seres
humanos el cerebro se distingue por su mayor volumen relativo respecto a los
otros animales, lo que le ha posibilitado el pensamiento
racional y abstracto, que es justamente
la característica esencial que lo hace humano.
Cerebro
y evolución
El pensamiento abstracto, conceptual y lógico junto con
otras funciones de orden psicológico o mental, como la generación de
sentimientos y la deliberación intencional de la voluntad, son actividades que
se realizan exclusivamente en el cerebro humano. Este órgano, producto de una
muy larga evolución biológica, fue moldeado por los avatares propios del
mecanismo de dicha evolución, donde el azar, el indeterminismo y lo aleatorio
son la norma de la selección natural que logra la prolongación de la especie. En
el curso de alrededor de tres mil millones de años, su estructura y
funcionamiento actual surgieron muy lenta al comienzo, y aleatoriamente
siempre, determinados por la mecánica de la evolución. Posteriormente, en los
últimos dos o dos y medio millones de años, en nuestra propia especie, el
tamaño del cerebro fue sufriendo un rápido aumento según el ritmo de la
evolución biológica.
El gran tamaño y su consiguiente capacidad que adquirió
el cerebro humano fueron resultado probablemente de cambios adaptativos
operados en otros lugares del cuerpo de nuestros remotos antepasados primates
menos sapiens. Algunos paleoantropólogos suponen que la causa está más
relacionada con la liberación del cráneo de su aprisionamiento muscular
requerido para mantener la cabeza en postura horizontal y dar fuertes
dentelladas. Evidencia reciente ha sido hallada en un gen que mutó en nuestra
especie hace dos millones de años y que en otras especies es el responsable por
la musculatura de poderosas mandíbulas. Este cambio en nuestros antepasados homo fue muy probablemente un resultado
no esperado de haber cambiado previamente la dieta por algo más blando y
nutritivo. Por su parte, la liberación del cráneo fue posible cuando nuestros
remotos antepasados homínidos adquirieron la postura erguida a consecuencia del
bipedalismo.
Ambas características nuevas debieron tener ventajas
adaptativas para un nuevo medio determinado. Se discute si semiselvático o
deforestado; prefiero acuático. También se discute si nuestros antepasados
actuaban como depredadores o carroñeros. En cualquier caso, a consecuencia de
la marcha bípeda y de la nueva dieta se dieron las condiciones para un
desarrollo del cerebro bastante mayor que el demandado aparentemente por la
selección natural a partir de la solución biológica de las neuronas
asociativas.
Por su parte, el desarrollo del cerebro indujo
probablemente la evolución de otros sistemas que a su vez lo reforzaron, como
la capacidad de visión estereoscópica y la de oponer el pulgar contra los otros
dedos de la mano. La evolución biológica está llena de ejemplos de este tipo de
desarrollos estructurales, como escamas transformadas súbitamente en plumas en
protoaves que aún no volaban, u hojas en pétalos multicolores que resultaron
ser atractivas para insectos polinizadores que prontamente se adaptaron a ver
colores llamativos, porque en un instante evolutivo dado se entreabre la puerta
para lo posible, e irrumpe la exuberancia. Todo cambio, aunque sea pequeño,
permite la completa explotación de esta nueva oportunidad.
Cerebro
y adaptación
El cerebro humano emergió en el curso de su evolución
con una enorme capacidad intelectiva. Esta excesiva actividad intelectual nos
induce a ser muy curiosos, pero para que no nos produzca tanto aburrimiento,
nos obliga a buscar incesantemente nuevas formas de intercambio con el
ambiente. Pero tanta funcionalidad no es explicable únicamente por las
necesidades inmediatas de supervivencia del género homo, ni necesariamente de la de nosotros, considerando la escasa
proporción de la capacidad cerebral total que ocupamos en nuestras diarias
actividades y a lo largo de la vida. Sin embargo, este desarrollo del cerebro
privilegió el comportamiento intencional por sobre el comportamiento
instintivo, lo que significó reforzar aún más la sociabilidad tan
característica de los primates, y sobre todo de primates cazadores de grupo, al
tener la acción que depender más de la cultura que de las condiciones
hereditarias y fijas propias del instinto.
Sin ser probablemente demandada por la necesidad de una
mejor adaptación a un nuevo medio, lo que sin duda es claro es que la evolución
de la estructura cerebral resultó en una ventaja adaptativa extraordinaria al
posibilitar a los individuos de la especie homo a responder mucho mejor a las
exigencias del medio y mejorar de este modo sus posibilidades para sobrevivir y
reproducirse. No es tan fácil que la pura evolución biológica hubiera
posibilitado el desarrollo de cerebros con mayor diversidad de funciones que
llevaren a nuevos hitos la centralización y el procesamiento de la información
acerca del medio. Estas ventajas evolutivas que tienen por objeto regular y
coordinar mejor las acciones del organismo respecto al ambiente surgieron
aleatoriamente sin buscar dicho propósito. Estas características que habrían
permitido a cualquier especie prolongarse mejor en el tiempo y el espacio se
dieron sin ser demandadas en la especie homo.
Si realmente hubieran sido una ventaja adaptativa importante, ya otras especies
hubieran sido favorecidas con cerebros más grandes y funcionales. Al parecer,
el mecanismo de la evolución favorece los caracteres que van apareciendo
lentamente y que resultan en una mejor aptitud, pues tal mejora es suficiente
para asegurar la prolongación de la especie. En el caso de la especie homo, el
desarrollo inusitado del cerebro produjo accidentalmente una aptitud
indudablemente fuera de lo común.
Naturalmente, el filum homo privilegió este nuevo
desarrollo de las posibilidades cerebrales que producía tantas ventajas
adaptativas, impulsando el desarrollo por la misma línea de potencialidades,
pero según lo permitido por la estructura fisiológica cerebral. Si una protoave
desarrolla plumas para protegerse mejor del frío, ¿por qué en vez de seguir
corriendo no volar con ellas? , y si se vuela, ¿por qué no hacerlo más rápido,
más alto, más ágilmente? Por lo tanto, un desarrollo paralelo no explica del
todo la exuberancia propia del cerebro, considerando que es un órgano tan
sutilmente funcional.
El éxito evolutivo se basa finalmente en una mayor
capacidad para sobrevivir y reproducirse. El cerebro es el único órgano
biológico que permite una considerable adaptación plástica al ambiente para
obtener recursos y cobijo: mientras mayor es la inteligencia, más se amplía la
gama de medios que permiten una mejor supervivencia. La relación entre
inteligencia y capacidad de supervivencia es exponencial. En los seres humanos,
entre sus actividades inteligentes, debe considerarse además el acceso al
conocimiento por medio del lenguaje, que es lo que constituye la cultura, y la
acumulación del conocimiento en la memoria colectiva y, en los últimos
milenios, en la escritura.
En cuanto a la relación entre inteligencia y
reproducción, podemos advertir al menos dos situaciones muy ventajosas para una
mejor posibilidad de la prolongación de la especie. En primer lugar, la
inteligencia permite la crianza y la formación cultural de la prole en forma
mucho más eficiente. En segundo término, la inteligencia posibilita relaciones
entre parejas sexuales en formas mucho más ricas y permanentes.
Cerebro
y aptitud
El comienzo de la evolución de la inteligencia en los
animales fue sin duda muy lento, y el cerebro fue tan sólo un órgano más del
cuerpo que permitía al tubo digestivo acceder al alimento en forma selectiva y
al organismo defenderse selectivamente de sus depredadores. Posteriormente, en
la medida que su capacidad aumentaba, mejoraba el control sobre las condiciones
del ambiente. El aparato nervioso debió desarrollarse mejor para recibir la
información del medio externo, almacenarla, interpretarla y elaborarla, para
finalmente reaccionar frente a éste.
En el filum homo el cerebro fue adquiriendo una
capacidad tan notable que es el rasgo específico que lo diferencia de las
restantes especies, aunque no tanto como para que el inventor Tomás Edison
llegara a aseverar que su cuerpo servía solamente para transportar lo que él
suponía era su prodigioso cerebro. El restringido nicho ecológico del género
homo se fue ampliando gracias a su ampliada inteligencia y las especies de los
homínidos fueron entrando en competencia con otras especies en la obtención de
mayor energía, biomasa y espacio. Además, si se amplía la gama de alimentos, se
obtienen ventajas sobre competidores de dieta más limitada.
En el curso de la evolución de nuestra especie, fueron
desapareciendo otras ramas del filum homo que habían estado muy bien asentadas,
como los australopitecos, cuya dieta estaba constituida por duras nueces que
demandaban fuertes mandíbulas, y, posteriormente, los neandertales, quienes
tuvieron casi similar inteligencia que los competidores cromagnones que
debieron enfrentar, pero, fatalmente para aquellos, algo inferior.
Posiblemente, la pequeña diferencia fue decisiva y consistió sin duda en una
mejor capacidad de razonamiento y abstracción, lo que probablemente permitió
una comunicación mucho mejor a través del lenguaje, inventar mejores armas,
manejarlas más acertadamente y crear mejores estrategias en un ambiente en que
ambas especies debían competir por los mismos recursos, los cuales son siempre
limitados. La mayor inteligencia resultó no sólo triunfadora, sino que la
competencia favoreció la subsistencia de la especie más inteligente, aquélla
con mayor capacidad para acceder mejor al ambiente.
El cerebro en el filum homo evolucionó de modo tal que
capacitó a los individuos para fabricar utensilios que extendieron las
funciones de sus cuerpos, superando sus deficientes capacidades fisiológicas, y
satisficieron ampliamente sus necesidades, asegurando el alimento, el abrigo y
el cobijo, y en la que la fabricación comprometía la correlación entre la mano,
con el pulgar oponiéndose a los otros dedos, y la visión estereoscópica. Estas
modificaciones evolutivas, que perseguían únicamente la subsistencia de las
especies homo dentro de un nicho ecológico dado, posibilitaron posteriormente
la intervención de la especie homo sapiens, nuestra especie, en virtualmente
todos los nichos ecológicos de todos los ecosistemas de nuestra biosfera. En
este desarrollo, cuya mecánica es asegurar la prolongación de la especie a
través de individuos cada vez más aptos, la evolución del cerebro produjo un
órgano –probablemente la concentración de masa más complejamente organizada y
funcional del universo– capaz de conocer en forma abstracta, razonar en forma
lógica, comandar la acción en forma intencional y albergar sentimientos.
La realidad es cognoscible y pensable por nuestra mente
de modo análogo a la forma cómo el ojo humano es sensible precisamente a las
longitudes de onda de las radiaciones electromagnéticas de mayor intensidad del
Sol. Ambos órganos, como todos los demás, han evolucionado en respuesta a las
condiciones específicas del ambiente, según las posibilidades concretas
abiertas a la estructuración de la materia y a partir de una determinada
materia ya estructurada. Luego, el cerebro humano está genéticamente
estructurado, como efecto de exitosas mutaciones ocurridas en el curso de la
evolución, para conocer mejor el medio y actuar sobre éste en forma más
efectiva. Así, pues, estas mutaciones resultaron ser tan en demasía favorables
para la prolongación de nuestra especie que para multitudes de otras inocentes
especies nos hemos transformado en una devastadora plaga depredadora.
Cerebro
funcional
La evolución sigue un curso aleatorio donde el azar
juega un rol importante, y nuestro cerebro pudo haber tenido perfectamente
otras funciones y formas muy distintas. Pero no fue así, y el resultado
concreto ha sido que la función racional del cerebro consiste en el
encauzamiento de la realidad múltiple y mutable dentro de categorías más
generales que universales, más significativas que objetivas, más psicológicas que
lógicas, más emotivas que sensatas, más relativas que absolutas, más prácticas
que teóricas de lo que tradicionalmente el racionalismo está dispuesto a
conceder.
Conviene tener presente también que la razón humana no
es una propiedad dada al ser humano desde la eternidad, sino que es una función
cuyo objetivo es una aptitud lograda casualmente, al azar, (desde nuestro
limitado punto de vista humano) en el proceso evolutivo, el que ha permitido a
los individuos homo sapiens sobrevivir muy ventajosamente, más que contemplar
el universo, por mucho que alguien pueda pensar que un conocimiento teórico de
la realidad es muchas veces más apropiado para la supervivencia, lo cual
cualquier teórico pondría inmediatamente en duda, comparando sus propios
ingresos económicos relativos.
Otro aspecto que habrá que recalcar es que las
estructuras cognitivas más complejas provienen, por evolución, de estructuras
más simples. Los organismos que poseyeron estas estructuras más simples
llevaron sin duda una existencia exitosa. Prueba de ello es que dejaron
numerosa descendencia, además que muchos de estos organismos son nuestros
contemporáneos y sobreviven en enormes números y en muy variados hábitats. Por
lo tanto, dichas estructuras menos complejas fueron plenamente funcionales para
sobrevivir y reproducirse. Las funciones básicas de las estructuras más
complejas que han evolucionado de ellas son las mismas que demanda la
prolongación de toda especie, o sea, sobrevivir y reproducirse. La única
diferencia es que pueden ser ejercidas en forma más ventajosa y en ambientes
más agresivos gracias a la mayor funcionalidad cognitiva asociada a una mayor
complejidad estructural.
Las capacidades intelectuales de los seres humanos
provienen directamente de las estructuras cerebrales más simples de sus
primitivos antepasados. Se distinguen sin embargo en que en el cerebro humano
las estructuras son mayores, más diferenciadas y conforman relaciones más
complejas y específicas. Aun cuando los diversos tipos de funciones que
encontramos en organismos superiores se manifiestan en organismos más simples,
la superposición del conjunto de estas facultades en un organismo superior
produce funciones nuevas, más ricas y más complejas. El todo es mayor que la
suma de sus partes respecto a las funciones que pueden desempeñar, ya que a la
suma de funciones que proveen sus partes se agregan las funciones que surgen
por la combinación de éstas. Se produce un salto cualitativo cuando se pasa de
una escala a otra de mayor jerarquía. Lo anterior explica la forma cómo, a
través de la sola evolución, surgen seres más complejos que sus antepasados. El
factor fundamental que explica este perfeccionamiento de funciones es la fuerza
y las infinitas posibilidades de las partes finitas más elementales que posibilitan
a la materia organizarse en estructuras extraordinariamente complejas, pues, a
mayor complejidad se tiene normalmente mayor funcionalidad.
La capacidad y, por tanto, la complejidad del sistema
nervioso son proporcionales a la eficiencia en la utilización de la energía
requerida por los procesos cerebrales. En general, toda estructura es más o
menos funcional porque emplea la energía en una forma proporcionalmente
eficiente. Pero una estructura tendrá mayores ventajas de existir y subsistir
mientras sea más funcional y pueda emplear mejor la energía. La estructura
cerebral del homo sapiens resultó ser más eficiente que la de su competidor, el
homo de neandertal, quien fue borrado del mapa por aquél, hace unos 45.000 años
atrás o menos (existen vestigios en España de la existencia del hombre de
Neandertal hace tan solo 30.000 años). El límite de la evolución biológica en
general, y de la evolución del cerebro en particular, reside en la capacidad de
las estructuras para desarrollar funciones que permiten utilizar eficientemente
la energía.
Cerebro
y ambiente
El cerebro es un órgano de control, regulación y
coordinación de todo organismo biológico cerebrado que pertenece a una especie
que ha evolucionado en el curso del tiempo en demanda de su imperativo por
prolongarse en la descendencia de los individuos que la componen. La evolución
de este órgano no podría ser explicado por sí misma, sino que se enmarca en una
realidad que está compuesta 1º por la estructura viviente que ha recibido por
herencia las dos características fundamentales que interesan a toda especie: el
ansia por la supervivencia y la reproducción, y 2º por su entorno que es tanto
providente como amenazante. Fundamentalmente, esta realidad consiste en el
sistema ecológico, cuyos componentes son el organismo viviente y el medio
ambiente, donde éste existe. Un organismo necesita un ambiente que le provea
espacio para existir y energía para auto-estructurarse; pero un organismo es
también, dentro del mismo sistema ecológico, una fuente potencial de energía
para otros organismos.
El ambiente es ambivalente: no sólo es providente,
también es potencialmente destructor; no sólo es fuente de alimento, también el
organismo es un potencial alimento de otros organismos que conviven en el mismo
ambiente; no sólo es abrigo y cobijo, también es día, noche, sequía,
inundaciones, incendios, terremotos, aluviones, calor, helada, espacio y
también protección de depredadores. Frente a la ambivalencia del ambiente de
ser tanto providente como destructor, el organismo requiere las aptitudes de un
sistema de información del ambiente y un sistema de respuesta a sus variadas
exigencias para sobrevivir, buscando alimentos, defendiéndose de la agresión o
huyendo del peligro.
La evolución ha creado diversos mecanismos para que
esta estrategia vital pueda desarrollarse. Las bacterias están provistas de una
membrana protectora que admite nutrientes y rechaza otros elementos que pueden
destruirla. Incluso han desarrollado medios locomotores propios y algunas hasta
guías químicos o fotosensibles. Los vegetales, que no necesitan moverse, pues
sol hay en todas partes por igual, han desarrollado diversas estrategias,
siendo algunas de éstas un enorme potencial reproductor, una excelente
capacidad para regenerarse, o una gran resistencia y dureza, como en el caso
del tronco leñoso de los árboles. En los animales, que son seres que por la
necesidad de buscar su alimento tienen completa autonomía de movimiento, se
desarrolló el sistema nervioso. A través de éste se pueden enviar
instantáneamente señales respecto al ambiente. El cerebro, que es un decisivo
desarrollo ulterior del sistema nervioso, procesa la información y expide nuevas
señales a los centros viscerales y motores para permitir una reacción apropiada
a las exigencias del ambiente.
En una primera etapa de la evolución del sistema
nervioso, se desarrolló un sistema nervioso autónomo para apoyar los sistemas
inmune y endocrino. Con las primeras manifestaciones de cerebración, en lo que
es el sistema límbico y el tallo cerebral, se desarrollaron centros de control
autónomo y proyecciones neuronales que se conectan con estos centros. La red de
entrada del sistema nervioso autónomo le envía señales relativas al estado de
diversos órganos, y la red de salida reexpide órdenes motoras a las vísceras:
corazón, pulmones, intestinos, vejiga, órganos reproductores, piel, etc.,
modificándolas según determinadas circunstancias ambientales.
En los organismos plenamente cerebrados el sistema
nervioso autónomo existe en dos grandes redes: la simpática y la parasimpática,
y emanan del tallo cerebral a través de la médula espinal. Las nervaduras se
dirigen solitarias a los órganos que inervan o acompañando a ramas nerviosas
que pertenecen al sistema nervioso propiamente tal. La función de la rama
simpática es preparar al organismo para ataques o retiradas instantáneas, en
tanto que la del parasimpático es reponer la energía agotada por la demanda del
simpático.
La necesidad de contar con mejor información del
ambiente para elaborar una respuesta mejor del organismo determinó un
desarrollo mayor del cerebro, mejorando las funciones de control, regulación y
coordinación al centrar en sí la recepción de información más variada y fiable
y la generación de respuestas más diversas y precisas. Un mejor conocimiento
del medio tiende a eliminar la incertidumbre y permite actuar adecuadamente. En
una primera etapa se desarrolló una primitiva capacidad de conciencia de un
entorno y de elementos significativos del medio externo. Posteriormente, el
cerebro fue capaz de discriminar y tener conciencia de lo otro en cuanto otro.
Por último, en los seres humanos, el desarrollo cerebral permitió la conciencia
de sí, cualidad que lo ha catapultado a posibilidades de acción nunca antes
presenciadas en la historia de la evolución biológica. Así, pues, la evolución
del cerebro ha posibilitado a los organismos vivientes aumentar las escalas de
funcionamiento frente al ambiente.
Cerebro
y desarrollo
Cerebro
y filogénesis
A fines del siglo XIX, el naturalista alemán Ernst
Heinreich Haeckel (1834-1919), tras estudiar embriones de especies diferentes,
observó que existían semejanzas entre los embriones pertenecientes a un mismo
grupo genético en las distintas etapas de su desarrollo. De esta observación,
enunció la ley “la ontogenia reproduce la filogenia.” Esta ley se refiere a que
un organismo, en su propio desarrollo, resume la historia evolutiva del filum al
que pertenece. De este modo, las etapas del desarrollo embrionario de un ser
humano individual reproduce, en el mismo orden, el desarrollo evolutivo de sus
antepasados desde la misma unidad celular, pasando por organismo pluricelular,
pez, anfibio, reptil, mamífero. La filogénesis, que dio como resultado el
cerebro humano, puede analizarse tanto a través del estudio de los seres vivos
representativos de las diversas etapas de la evolución del filum como mediante
los fósiles de los antepasados del homo sapiens. La filogenética, además de
constituir una prueba más de la teoría de la evolución, indica las relaciones y
separaciones de las diversas especies de los reinos de la biología.
Resumiremos a continuación el estudio biológico de la
filogénesis del cerebro humano con el objeto de mostrar que las capacidades
cerebrales de los seres humanos no provienen de la eternidad ni están
vinculadas a entidades espirituales, sino que, por el contrario, son el
producto de una larga evolución biológica, en la que no sólo se fueron
estructurando nuevas unidades discretas con diversas funciones, sino que
también éstas se fueron estructurando en escalas superiores que hicieron
posible el razonamiento y el pensamiento abstracto. En consecuencia, en cuanto
a que su estructuración significó saltar a escalas superiores con relación a
las funciones intelectivas, nuestro órgano de control, regulación y
coordinación, que nos ensoberbece hasta hacernos creer dioses, tuvo un origen
tan humilde como el de cualquier otro órgano fisiológico que ha surgido.
Partiendo de la misma unidad celular, aparecen ya
estructuras preneurales de comunicación a un nivel bioquímico general que
cumplen funciones de recepción-emisión como modo de adaptación al ambiente.
Luego, a nivel de organismo pluricelular, se desarrolla progresivamente la
función coordinadora para regular y modular el medio interno y enfrentarse con
mayor seguridad al medio externo basado en un sistema nervioso rudimentario, en
combinación con la aparición de fibras musculares, y un mayor perfeccionamiento
químico. Posteriormente aparecen centros celulares nerviosos que asumen la
dirección del comportamiento, recogiendo las transmisiones que portan las
fibras nerviosas.
El sistema nervioso se jerarquiza con la aparición de
la cefalización, la cual proviene de una mayor complejidad de los ganglios
situados en la parte anterior del individuo. En esta etapa aparece también una
distribución ganglionar y fibrilar, y una simetría somática que corresponde con
la neuronal. La neurona es una célula que comienza a adquirir funciones
transmisoras especiales y a interconectarse con otras.
La vida vegetativa se desarrolla, y las exigencias del
medio externo inducen una mayor concentración del sistema nervioso. Todo esto
genera mayores conexiones que aparecen en planos no solo longitudinales, sino
transversales, estableciéndose la topografía neural a un nivel dorsal.
Gradualmente, la estructura cortical va asumiendo
mayores funciones organizadoras. Los lóbulos cerebrales se hacen cargo de los
estímulos visuales, olfatorios y táctiles, y la organización informática se
hace más compleja mediante el desarrollo de diferentes nervios que se dirigen a
la región cefálica. En las etapas posteriores del desarrollo se presenta una
creciente complejidad, hasta alcanzar la estructura propia de un sistema
nervioso, en el que predominan los centros impulsivos, que son rígidos y
predeterminados y en los que están aún ausentes las estructuras corticales. El
desarrollo de estas últimas aumenta en el filum de los primates, para encontrar
su culminación en el homo sapiens.
Cerebro
y ontogénesis
Si los estudios biológicos son fundamentales para
comprender la filogénesis del cerebro, los estudios sobre psicología genética y
evolutiva arrojan mucha luz sobre la ontogénesis del órgano del pensamiento. En
este campo los estudios realizados por el psicólogo del desarrollo suizo Jean
Piaget (1896-1980) son muy reveladores y nos servirán como punto de partida y
base para nuestro propio análisis. En síntesis, ellos concluyen que en el
recién nacido las funciones del sistema nervioso central consisten solamente en
el ejercicio de aparatos reflejos y coordinaciones sensoriales y motrices que
corresponden a tendencias completamente instintivas.
Por la interacción del bebé con el medio externo
aparecen las primeras percepciones organizadas y los reflejos se van afinando
con el ejercicio. Pero con la aparición del lenguaje, al año de vida o poco
más, se produce un cambio espectacular. Éste surge como consecuencia del mayor
desarrollo ontogénico de la estructura cerebral que va ocurriendo durante esa
edad, y de las experiencias obtenidas por la interacción con el medio externo
al hacerse inteligibles los contenidos hablados.
En la temprana niñez, los signos verbales de imágenes
representativas corresponden solamente al pensamiento “instintivo”, es decir, a
representaciones muy concretas: la mamá, la mamadera, la sonaja. Esta capacidad
los seres humanos la comparten con los animales superiores. Antes de
transformarse en un pensamiento lógico y articulado, el mundo de la imaginación
tiene que transformarse en un mundo de ideas. Las imágenes concretas y
particulares que se obtienen por la percepción deben estructurarse en ideas
abstractas, esto es, deben ontologizarse. Esta capacidad es privativa de los
seres humanos.
La diversidad de imágenes debe sintetizarse en
conceptos o ideas más unificadoras y universales. La relación ontológica es la
unión sintética de imágenes que son representaciones concretas y particulares
de la realidad. La imágenes, en tanto unidades discretas, conforman una
estructura unificadora y abstracta de escala mayor, que es la idea o concepto.
Esta capacidad para relacionar ontológicamente las representaciones más
particulares y concretas en conceptos más universales y abstractos se va
logrando en la misma medida que se va adquiriendo el lenguaje. El pensamiento
no sólo necesita la mediación del lenguaje, también el lenguaje comunica gran
parte de los contenidos de pensamiento. La palabra es el signo lingüístico de
la idea, y la idea engloba la multiplicidad de imágenes particulares.
Alrededor de los siete años de vida, cuando se ha
operado la transformación del mundo de la imaginación al mundo de las ideas, el
niño comienza a pensar en forma perfectamente lógica. La estructuración de las
relaciones ontológicas y causales se convierte en juicios que adquieren lugares
lógicos, como proposiciones, dentro de una estructura racional de la que se
derivan conclusiones proposicionales perfectamente válidas. No obstante, estas
relaciones ontológicas, aunque de por sí abstractas, siguen perteneciendo
todavía a un nivel bastante concreto, sin alcanzar aún la abstracción que se
logra posteriormente.
A esta edad, lo pensado siempre es referido a algo
concreto. La idea siempre descansa en las imágenes que la estructuran. Sin
embargo, un niño de esa edad tiene un pensamiento reflexivo y es consciente de
sus propios actos, y es, por lo tanto, responsable por los mismos. Él adquiere
la conciencia de sí, mediante la cual lo pensado es discutido consigo mismo
antes de actuar, haciendo un distingo radical entre el sujeto y el objeto de la
acción. Un niño de siete años ya comienza a actuar en forma intencionada,
sabiendo perfectamente los efectos morales, éticos y prácticos que pueda
acarrear su acción.
Posteriormente, con el desarrollo del individuo en la
adolescencia, probablemente como efecto de estímulos hormonales que tienen la
virtud de estructurar aún más el cerebro hasta su plenitud, adviene el
pensamiento formal y abstracto. Este ya no consiste meramente en estructurar
relaciones ontológicas como representaciones de objetos concretos y
particulares, ni de unir conceptos para formar juicios, ni en aplicar
relaciones lógicas a cualquier sistema de proposiciones más o menos concretas,
ni tampoco en ejecutar con el pensamiento acciones posibles sobre los objetos
representados concretamente, como ocurre en el pensamiento concreto y la
imaginación.
El pensamiento abstracto consiste en estructurar
unidades representacionales completamente abstractas e independientes de los
objetos particulares como producto de las relaciones ontológicas que el
individuo ha conseguido estructurar. Estas nuevas relaciones ontológicas están
más cerca de la unidad de lo universal y, en tanto representaciones, no tienen
referencia directa a alguna imagen, aunque sí a una idea concreta en cuanto su
unidad discreta de escala inferior. En consecuencia, las ideas abstractas
pueden ser simbolizadas. Estas ideas totalmente abstractas pueden estructurarse
como proposiciones simbólicas, y consiguen, por lo tanto, ser estructuradas
lógicamente por el pensamiento formal y lógico sin dificultad alguna, como en
las matemáticas y la lógica simbólica.
La elaboración del pensamiento abstracto y su
sometimiento al juego lógico de la razón es el mecanismo surgido en la
naturaleza, tras una larga evolución biológica, que ha permitido al ser humano
la conciencia de sí, la concepción significativa de las cosas, la comunicación
de esta concepción a otros seres humanos mediante el lenguaje, el dominio
creativo e inédito de su medio a través de la acción intencional y solidaria,
la afectividad del sentimiento y, en estructuraciones en escalas aún
superiores, la revelación de su yo profundo.
Inexorablemente, la estructura cerebral se desarrolla
ontogenéticamente en cada ser humano, en ausencia de patologías, según las
pautas genéticas pertenecientes a nuestra especie, para funcionar en forma
racional y lógica, consciente y reflexiva, abstracta y simbólica. Nos resta por
ahora analizar el modo de funcionamiento de nuestro cerebro.
Notas:
Este ensayo, ubicado en http://unihum4a.blogspot,com/, corresponde al Capitulo1, “Evolución de la
conciencia”, del Libro IV, La llama de la
mente (ref. http://unihum4.blogspot.com/).